Querido rodaballo:
me había olvidado de ti. Ahí estabas, petrificado, en los confines del congelador. Tu tiempo se detuvo hace mucho, era verano y la verdad, un mundo completamente diferente. Quizás te hayas sorprendido con lo que te has encontrado, no tan alegre, puede ser, pero te aseguro que soy muy optimista. Tanto que para celebrar este feliz encuentro te metí en el horno y di buena cuenta de ti, recordando aquel día que tú y yo nos conocimos, en aquella pescadería.
El sol invernal se pone frente a tus raspas y algo de piel. Todo va ir a mejor, yo soy muy optimista, y tú lo sabes.