Aunque no lo creas:
todas las mañanas desayuno en la cima del monte Fujiyama. Parece mentira pero así es. Delante de la mesa del salón hay un dibujo japonés de este famoso volcán. Cada mañana, mientras me tomo un café, comienza la ascensión del monte recorriendo con la mirada la majestuosa curva de su ladera. Resulta tan agradable que veces pienso que el dibujo sirvió de modelo a la hora de hacer la montaña y no lo contrario que suele ser lo habitual.
Todos las mañanas llego hasta la cima, acabo el café y bajo por la otra ladera. Cada día es diferente, tiene sus matices, el recorrido no coincide al milímetro, los colores cambian con la luz. Nunca es el mismo monte.
Un lujo y una suerte la mía, tener el Fujiyama en el salón.
Although you may not believe it:
I have breakfast on the peak of Mount Fujiyama, every morning. It seems like a lie, but it isn’t.
Facing my living room table there is a Japanese drawing of the famous volcano. The ascent to the mountain commences each morning, as I take my coffee by surveying with my eye the majestic curve of the mount’s slope. It is such a pleasant feeling, that I sometimes think that the drawing was the model for the mountain and not the reverse, as it is usually the case.
Every morning I reach the peak, finish my coffee and descend down through the other slope. Each day is different. It has its shades and the trajectory is not the same as the one before as the colours of light change. It is never the same mountain.
I am lucky to have the luxury of having the Fujiyama in my living room.