Me llamo Paco y soy un sevillano viviendo en Madrid. Un sevillano sin acento que echa de menos las tapitas al mediodía con aceitunas manzanilla, el olor a incienso entre la bulla de nazarenos y seguidores de las únicas imágenes con estatus de estrellas de cine, recibir al amanecer tomando las últimas copas en “Los Formalitos”, la única caseta irreverente del Real, o tener la playa a menos de una hora. No me quedan ya rizos para engominar, ni me subo los pantalones por encima de la cintura; tampoco utilizo términos como “embrujo” o “duende” y no soporto que me llamen “quillo” ni “nota”; sin embargo, en cuanto me descuido, mis pies flamenquean sin que los pueda detener como diciéndome “¡tienes que volver!”.