La tarde del 1 de julio fue muy especial, un poco más dentro de lo especiales que fueron aquellos días. Varias madres mundurukú se ofrecieron voluntarias para posar y yo retratarlas. Al final fueron sus hijos e hijas los que posaron, sólo una se atrevió a posar en compañía de su hijita, a las demás les pudo el pudor. Los dibujos originales se quedaron allí, fueron un regalo para cada una de las madres.
Los mundurukú suelen pintarse el rostro y el cuerpo con un pigmento que extraen de las semillas de un fruto.