Los niños mundurukú juegan por todos sitios. Esa tarde del 30 de junio la pasaron subidos a un árbol hasta que se rompieron algunas de las ramas y alguno cayó al suelo desde una altura inaceptable a ojos de un europeo superprotector. Pero nadie les regañó ni les paró cuando se subieron a otro. Me acordé de una canción de Jorge Ben.