La vida está llena de retos, desde alcanzar el Everest hasta enfrentarse a una pantalla en blanco que espera ser manchada a través de un teclado inerte, frío, sobrio, aburrido… La vida es una lucha constante, cada día, encada momento, por coger sitio en el metro o por seguir creyendo que es posible otra forma de organizarnos más allá de las miles, millones de mentiras que se atreven a decir algunos, muchos ya, delante de una cámara. Estamos hartos, ¡yo estoy harta! El corazón, el estómago, el alma se me queda estrábica con tanto cinismo, no sólo la vista. Y nos creemos que ellos son los malos y nosotros los nobles. ¿Y quién los ha puesto ahí? No, no son un mero reflejo, son la imagen de nuestra dejadez. De nuestro egoísmo, del individualismo que rezumamos y al que nos animan. Por eso es hora de dibujarse por fuera…, pero también por dentro… y sacar para recoger y ordenar. ¿Acaso ese bolso, esos tenis van a conseguir que te reconcilies con tu madre? ¿Acaso esas cañas, esas fiestas te van a devolver las oportunidades pasadas? Disfrutemos sí, pero aprendiendo de cada paso, trabajando en nosotros día a día para que esa mejora interna la compartan los que se acercan a nuestro lado. Es hora de cuidar lo cercano, de mimar lo interno para mejorar lo externo. Y, ¡maldita sea!, no estoy hablando de un dichoso yogur…, pero me gusta su fórmula. Quiero que eso se note por fuera. Pero para esto no hay cremas, ni pastillas, ni recetas… solo trabajo y amor. Amor a nosotros mismos. Saber, creer que somos capaces de lo mejor (y de lo peor… ¡pero también de lo mejor!). Es hora de querernos, de respetarnos y unirnos para que no nos dividan más, para que no insulten nuestra inteligencia con cada farsa, para que por fin venza lo que comparten muchos sobre los intereses que deciden unos pocos. Para que brillemos como nos merecemos.