El día que me regalaron este vestido, lloré. Mis compañeros de trabajo habían entrado a mi Pinterest en busca de algo con lo que sorprenderme. ¡Y zas! Un vestido de Nasty Gal. Una marca que me gusta desde hace años. Yo no me habría dado un capricho así. Pero, si te lo regalan. Lloras. No tanto por el valor del vestido. Sino porque alguien se ha molestado en investigar qué te gusta y traerlo desde California sólo por verte sonreír. Y eso mola.La noche que lo estrené, salí con unos amigos y anduvimos por Madrid. Ellos, que son muy de echarse un rotu al bolsillo para dejar huella por las calles, empezaron a pintar. Dos gotas de pintura negra se precipitaron sobre mi vestido. ¡Noooo! Pues sí. No lloré.
Aguantándome las ganas, pensé que sería el vestido más emotivo que me llevaría de Madrid. Y míralo. Ahora en un retrato de Iván Solves. Tan feliz como yo. Con sus dos manchitas negras como dos lunares (en la parte de atras, menos mal ).
He pensado en mil formas de arreglarlo. Que si cambiar la tela, que si ponerle una línea de lentejuelas blancas como por delante, que si hacerle unos plieguecitos… Pero es que ya me gusta más así.
De esto hace un año. Esta semana cumplo 31 y me vuelvo a mi tierra. Andando de aquí para allá me he dado cuenta de que, con tanto ajetreo, se me estaba olvidando detenerme a disfrutar de las cosas sencillas.
De Madrid me llevo muchas experiencias, un vestido con historia, un enriquecimiento profesional, una intensa historia de amor, el descubrimiento del kundalini yoga, un reencuentro conmigo misma y mucha gente bonita a la que recordar, agradecer y mantener en mi vida!
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