Una noche de verano del futuro
saldremos a pasear fuera de la ciudad, hacia el sur,
pasados tres o cuatro anillos de autopista,
ocho centros comerciales y cinco campos de golf
cuando el cielo es ya más negro que gris.
Contemplaremos nuestra propia aurora boreal, suma infinita de luces de colores,
la suma de todos,
de todos nuestros deseos de todos estos años,
de todo lo que quisimos, quisieron los demás o no quiso nadie.
Deseos y querencias de muchos años traducidas, por fin, en millones de luces que parpadean al ritmo de la música de millones de monedas que van y vienen tras esa nube colorida, que saltan de un sitio a otro para luego desaparecer en medio de la noche. A nosotros sólo nos quedan las luces.