Cada mañana, pedaleando, bajas una cuesta, el mejor momento del trayecto. Y llegas a una plaza muy familiar. Un antiguo cine, color rojo sangre, cerrado a cal y canto, con las cortinas bien echadas, medio en ruinas, sucio, abandonado, dice que está en venta o alquiler, ¿qué tiene dentro, que no deja que nadie pueda verlo? ni él mismo lo sabe. Venderse o alquilarse, qué poca autoestima le queda. También hay que ver el ambiente de la plaza, sus vecinos animan a cualquiera: un muro, que iba a ser de esos vegetales donde todo el mundo se hace fotos, convertido en un muro secarral, con cardos, matojos y todo tipo de malas hierbas de descampado, y además bien secas. Y para rematar, ironías de la vida, la plaza: una superficie inhabitable de granito macizo, inundada por miles de surtidores que no dejan de escupir agua día y noche.
Es el primer día de la primavera, hasta ayer era verano y ha vuelto el invierno. El edificio aguarda, se protege, es normal, el ambiente no es muy propicio que digamos. Pero llegará un día en el que nevará en invierno, lloverá en primavera, hará buen tiempo, la plaza será un lugar amable, con niños, arena, árboles, bancos, el muro será más que vegetal, tropical, y por fin se descorrerán las cortinas para que todos contemplemos lo que hasta ahora el edificio rojo y misterioso nos ocultaba.