Tras treinta años de entrenamiento por fin llegó el día del estreno. La gran bailarina, la mejor, de presencia inabarcable, sublime e infinita, como los pliegues de su falda. El público no daba crédito, no lo veía, no comprendía, se perdía por esos laberintos tras sus rodillas. Algunos, muy pocos, hicieron cumbre y algo atisbaron por los páramos de su cintura. No eran de fiar, lo que contaban era mezcla de lo poco que vieron y lo mucho que imaginaron.
La obra fue un completo fracaso.