“¿Por qué estás tan contenta? Porque el chico que yo creo que es guapo, cree que yo también soy guapa.” Esa sensación de máxima alegría la establecí en 1º de EGB. Veinte años después no quiero dármelas de persona feliz, pero creo que podría pasar por una que se le parece bastante. Aunque para parecidos, el que me ha sacado Iván. Yo le digo que las caras son lo de menos (según dice, todavía no las domina), que lo importante son las posturas. Y la mía la ha clavado: relajada pero expectante, distraída pero segura, y extrovertida, inquieta, curiosa y con ese puntito que me hace ser más yo y menos los demás.
El lunes, Iván me pidió adelantar la cita por motivos de trabajo, y con lo que escasea, ese me pareció un motivo enorme. Tan enorme como la clase de batería que tendría que suspender a cambio. Yo, a diferencia de otros retratados, tengo un trabajo, uno que me da para vivir, incluso para ahorrar de vez en cuando, uno que me da alguna alegría que otra, que me enseña, que me exige, pero sobre todo, un trabajo que me compensa.
Y es que después de demasiado tiempo impotente, infeliz e incompleta, encontré no solo un trabajo, sino eso que algunos llaman dignidad, y que otros nos han obligado a pensar que ni siquiera eso ya es lo normal. Y para mí lo normal es dormir por las noches del tirón, trabajar, echarme unas risas, tomar unas cañas y buscarme un buen hobby. Por eso he empezado a tocar la batería, porque no quiero esperar más para divertirme, para desconectar, para despreocuparme y para llevar una vida de lo más normal. Tan normal como mi retrato de la crisis: una sensación de alegría máxima de 1º de EGB, con la que por fin me he reencontrado veinte años después.