Tedioso y aburrido, muy aburrido, pero odiosamente cómodo. Tan cómodo que aletargaba, dejando cualquier impulso de mejora o de cambio adormecido en algún rincón de mi cabeza. Y así fue como, año tras año, mis sueños y mi ambición se fueron diluyendo en una rutina laboral poco satisfactoria, pero que, como cualquier droga, también me daba una placentera sensación de seguridad. Al fin y al cabo, una nómina a fin de mes es para muchos la propia definición de felicidad. Pero entonces, cuando ya pensaba que era imposible que superase la adicción que me mantenía atada a un contrato indefinido que me consumía y me hacía languidecer día a día, llegó la crisis, maldita crisis… Supongo que mitigaba mi descontento el cobrar cada mes mi sueldo, pero cuando la odiosa crisis hizo que empezaran a retrasar los pagos, algo empezó a despertar por fin en mí. Al principio fue una queja apagada, sin fuerza. Luego un resquemor… como una molestia persistente. Cuando los retrasos se convirtieron en impagos, el resquemor creció y se convirtió en enfado. Eso fue lo que me terminó de despertar, como un bofetón sonoro y aplastante. No había dinero a fin de mes, ni al mes siguiente, ni al otro. Ya en pie de guerra y con los ojos bien abiertos miré atrás y me di cuenta de lo mucho que había dormido, del tiempo perdido, y de que mis ganas de avanzar, cambiar y mejorar, las mismas que me sacaron de casa a los 17 años, volvían a estar intactas, fuertes y atentas a cualquier oportunidad. 5 impagos y un montón de mentiras me permitieron ver con claridad dónde había pasado los últimos 7 años. Distinguí los barrotes, las cadenas y a los carceleros. Pero un día la jaula se abrió y permitieron escapar a quien quisiera irse. Ya no podían mantenernos. Mi sorpresa fue descubrir que la mayoría prefirió quedarse en la falsa seguridad de la celda a escapar, correr bien lejos y empezar de cero algo nuevo. Yo escapé, lo tenía claro cuando se abrió la puerta, pero costó tomar la decisión. Supongo que parte de la droga aún hacía su efecto y me invitaba a seguir durmiendo un poco más. Ahora, fuera de la celda, se abre ante mí la incertidumbre de qué va a pasar, qué haré, a dónde iré… y todo es posible.
Crisis ¿maldita crisis? Pues a mí me salvó, y por fin me siento viva… y despierta!